Por Armando J Garcia.
En México estamos viviendo un momento decisivo. Bajo la bandera de una nueva transformación, se están gestando reformas que, lejos de consolidar la democracia, apuntan hacia un modelo de control autoritario.
La libertad de expresión, derecho fundamental en toda sociedad democrática, está siendo puesta en riesgo por una serie de iniciativas legales que avanzan sigilosamente mientras la atención pública se dispersa entre la polarización y la apatía.
Una de las más preocupantes es la reforma a la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión. En apariencia técnica, pero de fondo político, esta modificación permitiría al Ejecutivo federal —a través de una nueva Agencia de Transformación Digital— bloquear plataformas digitales por razones ambiguas.
¿Qué significa esto? Que cualquier contenido que moleste, incomode o cuestione al poder podría ser eliminado sin mayor explicación.
Un golpe silencioso pero eficaz contra la pluralidad informativa.
Y esto no es aislado. Propuestas como la penalización del “ciberacoso” con definiciones vagas como “afectar la tranquilidad” o “difundir mentiras” están diseñadas para ser usadas de manera discrecional contra voces críticas, activistas o periodistas.
La Ley Ingrid, por ejemplo, aunque parte de una causa noble (la protección de víctimas), terminó siendo un instrumento peligroso por su redacción abierta y su aplicación discrecional.
Lo más grave es que estas reformas violan compromisos internacionales como el T-MEC, que protege la libre circulación de contenidos digitales y el libre ejercicio periodístico.
Eso, en cualquier país con Estado de derecho sólido, bastaría para frenar el avance. Pero en México, donde el poder se siente fortalecido por la narrativa de “el pueblo contra los conservadores”, cualquier crítica se convierte en traición.
Más allá de los tratados, lo urgente es saber leer entre líneas: un Estado que legisla con ambigüedad, que concentra más atribuciones en el Ejecutivo, y que comienza a regular contenidos bajo el pretexto de proteger al ciudadano.
Todo esto disfrazado de nacionalismo digital o “soberanía informativa”. Un modelo que se parece menos a una democracia robusta y más a las democracias simuladas de otros países latinoamericanos que ya sabemos cómo terminaron.
Los medios independientes no podemos limitarnos solo a denunciar. Debemos también construir alternativas: nuevos espacios de conversación, alianzas entre medios críticos, estrategias digitales que acerquen la información a una ciudadanía cada vez más desconectada de lo institucional.
Pero hoy, más que nunca, defender la libertad de expresión no es una opción, es una responsabilidad histórica.
No podemos permitirnos retroceder lo que ha costado tanto construir. Los periodistas que dieron su vida en la lucha, las redes, los medios libres, los micrófonos y los espacios que aún tenemos no pueden ser usados solo para aplaudirle al oficialismo o gritar el desastre.
Deben servir también para despertar consciencia, generar resistencia civil informada y, sobre todo, marcar una ruta de futuro.
Saber dónde estamos parados es el primer paso, pero más importante aún es saber dónde queremos estar.
No podemos esperar a reaccionar cuando ya sea demasiado tarde.
En resiliencia política no intentamos convencerte, Pero si no te sientes preparado para analizar este espacio no es para ti..
¡Te invitamos a conectar con el análisis y la reflexión!
Descubra Resiliencia Política, Cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia.
Escúchanos en Spotify Amazon y Podimo ¡Dale play a la resiliencia y transforma tu perspectiva!
Escucha Reflexiones apolítica: https://www.youtube.com/@NexusSMedia suscríbete.
